martes, 31 de diciembre de 2024

Un Hombre desengañado

 

 

 

 

Último día del año cuando después de dos meses de unas frases reconcomiéndome la cabeza he decidido seguir adelante en un Camino que de alguna manera elegí, sin ser muy consciente de ello, mucho antes incluso de empezar mi travesía por el Arte Marcial del Aikido.


Mi elección por este Arte Marcial se debió a una serie de factores entre los que la suerte jugó un papel importante, ya que en mi elección buscaba un Arte Marcial que no estuviese limitado por la competición y que se pudiera practicar de verdad. Las múltiples peleas que había tenido en el colegio, en el recorrido de casa al colegio o las innumerables peleas con mi hermano me habían enseñado que en una pelea valía todo, ¡todo! y que saber pelearse era un Arte. De mis adorados tebeos de superhéroes y de mis amadas películas de acción aprendía que había que pelear sin titubear, que había que echarle cojones a las cosas y que había que saber cómo pegar hostias, y todo eso me llevó a buscar un arte marcial que no estuviera restringido por el esto vale, esto no vale.


¿Curioso, verdad? ¡Justamente el Aikido es un arte marcial para la paz!¡La ironía me sigue haciendo sonreír a día de hoy! Tardé como tres años en enterarme un poco de que iba esto del Aikido, para mí al principio consistía en saber proyectar o inmovilizar al compañero, saber caer, saber hacer esas caídas espectaculares, aprender a usar el bokken, el jo y el tanto y poco más. Toda la filosofía de O Sensei ni la entendía ni estaba dispuesto a compartirla, para mí esto se trataba de aprender a defenderme de los hijos de puta que me amargaban la existencia en el instituto, y aún así, un sentimiento de honradez y lealtad aprendido de mis padres me marcaba en el entrenamiento. 

 

Aparte del entrenamiento estaban las borracheras de fin de semana que empezaron a producirse a partir del segundo año de entrenamiento y que se prolongaron el tercero, haciendo del entrenamiento un quiero y no puedo donde el alcohol nublaba muchas de mis decisiones. Tras mi segundo coma etílico y habiendo dejado los estudios, estando en el paro y pensando sólo en la fiesta siguiente, una frase de mi hermano riéndose de mi barriga de alcohólico me hizo darme cuenta del desastre en el que había convertido mi vida.

  

 

 

A partir de ahí me alejé del alcohol, pero mentiría si dijera que fue para siempre, creo que lo más correcto es que aprendí a beber con moderación, pero el alcohol y las drogas siempre estaban presentes cuando salías de fiesta, aunque gracias a mis queridos tebeos y a mis héroes de acción el tema de las drogas lo vi siempre como algo que hacían los malos en las historias, Chuck Norris pateaba el culo a los yonkis así que yo no iba a ser menos. Pero aprendí que muchos conocidos amigos con los que salía de fiesta se ponían hasta el culo de todo, gastaban en un fin de semana más dinero del que me gastaba saliendo de fiesta todo el mes....¡el Vicio siempre es caro!¡Siempre! 

 

Empecé a entrenar con seriedad, y empecé a leer todo el material de Artes Marciales y filosofía oriental que llegaba a mis manos, amén de gastarme una pasta en mis tebeos de importación USA y las películas de Steven Seagal al que había convertido por aquel entonces en mi ídolo de acción número uno. 


Los años fueron pasando e hice grandes amigos de fiesta y de entrenamiento, trabaja una media de nueve horas y entrenaba una media de tres horas diarias Aikido, Judo y cualquier Arte Marcial que pudiera, el hecho era aprender y poder mejorar mi Aikido, siguiendo la idea del Sifú Lee de hacerte bueno en un Arte y perfeccionarlo con la práctica de otras Artes Marciales. Todo en mi vida giraba en torno a las Artes Marciales, pero como todo en la vida las cosas cambian, y cuando llegaron las primeras novias todo empezó a desdibujarse por un lado pero descubrí una parte de mi vida que había negado y que resultó ser maravillosa, aunque la primera relación seria fuese un puto infierno al lado de una chica con un Ego desmedido. 



La vuelta a los estudios, combinándolo con mi trabajo y mi entrenamiento de Aikido me proporcionó una visión mayor de mi entrenamiento, al mismo tiempo que sentía que por fin podía acabar lo que dejé de hacer años atrás. Creía que el título universitario me daría unas posibilidades mayores de encontrar un trabajo mejor, más remunerado y en el que pudiera desarrollarme como en mi Arte Marcial, pero nada más lejos de la realidad. Terminé mi carrera en cuatro años y medio trabajando, asistiendo a las clases de la UJI, entrenando Aikido y siendo padre, pero el final de mis estudios fue pasar por la oficina del rectorado y pagar por el título de licenciado. Ninguna oferta de trabajo para un joven padre licenciado que había demostrado esforzarse más que la mayoría de sus compañeros que alargaban innecesariamente sus carreras retrasando su entrada en la vida laboral, y así gracias a mi padre que me contrató en su trabajo seguí trabajando y pudiendo llevar dinero a mi casa. Un joven licenciado que barría las calles de Onda y los fines de semana iba a recoger la basura por la noche para ganar algo más de dinero. Ninguna oferta de psicólogo en Infojobs, nadie parecía querer a un licenciado en Psicología y en las entrevistas de trabajo que acudía o no me recibían o te decían "ya te llamaremos". Tantos años de esfuerzo para nada y encima para más inri el único trabajo de psicólogo que conseguí fue en un sindicato para supuestamente realizar unos cursos de formación que luego de la oferta inicial de más de veinte sólo se realizaron dos. 


Cansado de la hipocresía, de la falsedad de una sociedad donde valía más el aparentar que el ser una persona de provecho, volví a mi antiguo trabajo barriendo y recogiendo la basura en Onda, pero por azares del destino terminé trabajando en la misma empresa en Castellón cubriendo un puesto de encargado, un puesto que sigo desarrollando a día de hoy y que me ha permitido comprobar en mis propias carnes cuan cierta era aquella frase mi profesor de Psicología de las Organizaciones y Recursos Humanos acerca de que los mayores índices de maltrato laboral, discriminación laboral, mobbing se dan en la Administración o en empresa afines como la mía y encima amparados por ciertos sindicatos.


El vil metal corrompe a muchas personas, el poder corrompe, ya sea con dinero, con favores, con puestos de dirección, con el hecho de ser alguien importante frente a los demás, y sus efectos los sentimos aquellos ajenos a todas estas artimañas. De mis padres aprendí que al trabajo hay que ir a currar, que hay que ser honesto, responsable, que hay que poder mirarse al espejo todos los días, pero la Vida me ha enseñado que los mediocres, que las personas de mala fé prosperan y pisotean a las buenas personas. A menudo me he sentido estos últimos años al borde del abismo, al no poder más, al tener ensoñaciones con quitarme la vida para dejar de sufrir, al comprobar que ese mundo en el que creía y en el que los malos recibían su merecido no existe, pero por alguna razón me niego a dejar de pelear, la idea de rendirme no me hace ni puta gracia.


Muchas veces en estos años post universidad me he quedado solo, apartado de todo y de todos, tan sólo mi familia, mi mujer, mis hijos y mis suegros han estado ahí. Para el resto de la gente me convertí en un relato, en un recuerdo a veces incluso molesto. Pero también hay quién siempre me ha echado una mano y esas personas han sido dos Maestros de Artes Marciales, el Sifú Rafael Julián y mi Sensei de Aikido Fernando Valero. Gracias a ellos he podido seguir estos treinta y cinco años de práctica a pesar de que ese mundo mágico que conocí tiempo atrás murió hace ya muchos años.





Félix

 

El último mono

  "Hasta los huevos de estar siempre perdiendo"   Hacía tiempo de mi última reflexión por escrito, pero atrapado en este puto mund...